Friday, December 05, 2008

Ciudad Paraíso

Mi vecino de enfrente, cruzando la calle – si, el cabeño emprendedor del taller mecánico – es además muy ingenioso. Para poder cubrirse del sol abrasador mientras trabaja en los coches, consiguió varios palos largos, una antena parabólica rota (resultado supongo de algún huracán) y unos toldos viejos. Levanto la parabólica con los palos, con el hueco hacia abajo, y sobre el armazón así construido tendió y amarró sus pedazos de toldo. Cuando en las tardes lo veo tendido en su hamaca, bajo la sombra de la ex-antena parabólica, me da envidia. Está tan a gusto ahí, que cuando empieza a sonar la alarma de unos de los carros del taller, ni se mueve.
-¿Para que esforzarse tanto? – ha de pensar – total, si la dejo en paz se apagará sola, nomás es cuestión de aguantar diez o quince minutos…
La posibilidad de que sus vecinos no sean tan flemáticos como él, creo que aun no ha cruzado por el interior de su cráneo.


Vendieron la casa de al lado de los depa-cuartos donde vivo. Una emprendedora “cabeña” (venida de fuera, por la facha y el acento) ha inaugurado ahí una escuela de belleza. Me persiguió un día por la calle para reclamarme porque “siempre se estaciona frente a mi escuela”.
Me cayó gorda. Primero, porque solo me estaciono ahí una o dos veces por semana, a lo mucho, y no mas cuando no hay otro lugar. Segunda, si quiere que esos cinco metros de banqueta sean de su exclusiva propiedad que pague los derechos correspondientes al municipio (¡la quiere gratis, encima!). Desde entonces, si me estaciono ahí, así sea por una hora, me pintan letreritos en el polvo de las ventanas. Hasta unas estampitas de no sé que caricatura le pegaron a mi coche. Lo bueno es que tiene tanto polvo que no pegaron bien y luego se cayeron solas. “Mi” calle esta pavimentada, pero las calles aledañas no. Aquí la tierra tiene un suave color beige, como el de los pantalones “Dickies”. Cualquier carro (u otro objeto) dejado a su suerte empieza poco a poco a volverse beige. Lavarlos no ayuda mucho: cuando están húmedos el polvo se pega mejor. Uno tiene que sacudir el coche en seco, así como sacudes esa repisas al fondo de la sala, que no sirven para nada excepto para sostener fotos viejas y figurines ridículos de porcelana. Así debería sacudir mi coche. Lo malo es que no tengo sacudidor. Le permito que se vaya volviendo beige bajo el principio de que “la cáscara guarda al palo” y “si se ve feo no se lo roban”.
So far its working.


En Los Cabos no hay suficientes escuelas públicas. Por eso, hasta el turno vespertino esta LLENO, R-E-P-L-E-T-O. Apenas logré lugar para mi hijo (quedaban tres sitios) en las quinta escuela que visité, alejada de la casa, alejada del centro, alejada de la mano de Dios, y de la mano de la SEP. No han terminado de ponerle la barda: los niños se salen, los perros se meten, y los grafiteros “grafitean” los salones y cualquier otra pared a mano. La cancha esta techada. El techo está como a tres pisos de altura y bloquea re-bien el sol de mediodía. Lastima que el turno vespertino inicia a la dos de la tarde, cuando el sol ya esta bajando, y por un ladito ilumina en todo su esplendor, la cancha y los salones, por el resto de la tarde. No hay nada de sombra. Los salones, tienen, todos, aire acondicionado, que a veces funciona. ¿La razón? Hubo presupuesto para ponerlos, pero no lo hay para darles mantenimiento. Por eso los maestros piden a los padres cooperación para contratar a alguien que venga a arreglarlos. El problema es que también hay que cooperar para comprar agua potable, pintura (para pintar el salón por dentro – por fuera no tiene caso), para pagar vasitos, para pagarle a la maestra de educación artística (como eso no viene en el plan oficial la SEP no le paga), cooperación para limpiar la escuela (es decir, ir a barrer), cooperación para la kermés del día de muertos (en efectivo o en especie) y cooperación (por medio de un documento escrito, o de perdis una firma) para iniciar el tramite necesario para que la oficina regional remueva de su puesto al conserje, un mal bicho que no hace su trabajo, es grosero y prepotente, y en alguna ocasión incluso pateo a un niño. Con tantas cooperaciones, los aires siguen sin mantenimiento.

Cabo san Lucas es una ciudad de segunda, para turistas.
El gobierno de verdad está en San José del Cabo. Si quieres un permiso (de lo que sea) hay que ir a San José. Si necesitas realizar un trámite, en San José. Si en la chamba te piden tu carta de antecedentes no penales, puedes adquirirla en San José. ¿Eventos culturales? Hay muchos, buenos y gratuitos, en la Casa de Cultura… de San José. Si quieres nacer, o morir, y que tu paso por este mundo sea registrado oficialmente, hay que ir a San José.
San José tiene forma de salchicha. Un extremo – el que toca el mar – tiene los hoteles, las tiendas, las oficinas de gobierno y todo lo que vale la pena ver. El centro de San José es un pueblito “típico y pintoresco” de edificios que nunca han sido estilo colonial pero lo intentaron y de calles estrechas (esas sí muy coloniales).
El tráfico es como para fundirle a uno el cerebro. Las calles van y viene siguiendo lo que alguna vez fueron los contornos del terreno – es decir, sin ninguna lógica aparente para el conductor moderno. Son tan estrechas que en algunas se bloquea el transito por completo si alguien se estaciona (aunque se suba a la banqueta). Por lo mismo son de un solo sentido… el cual (como los topes) hay que memorizar, porque no hay letreros ni flechas. A veces hay un policía en la esquina y entonces puede uno detenerse y preguntar – “Disculpe ¿Dónde estoy? ¿¿Cómo salgo de aquí??” – lo malo es que resulta difícil escuchar la respuesta por sobre el ruido de los bocinazos del conductor del carro que viene atrás, que ya se olvidó de cuando recién llego a san José y no daba pie con bola (los nativos verdaderos son una especie en extinción).
El resto de la salchicha son las áreas residenciales que han brotado a lo largo de la carretera al aeropuerto. Es decir, las casas donde vive la gente están de un lado de la ciudad; las oficinas, escuelas, hospitales y demás centros laborales, del otro lado. Y todo esta conectado por una sola avenida (ex-carretera), sobre la que han aparecido topes, semáforos y puentes de la misma manera que en el rostro de una bella brotan arrugas, manchas y verrugas con el paso de los años (es decir, son horribles y están en el peor lugar posible). El tráfico en hora pico (o sea, de 6:30 am a 8:30 pm) es de miedo. Los conductores que no van mentando madres, no es que sean pacientes ni educados; es que tres kilómetros atrás se quedaron afónicos.
No puedo criticar mucho la ciudad de San José: he ido solo tres veces, y procurado no regresar. Las calles que viene en mi mapa no existen en la ciudad, las que existen no tiene letrero y las demás no aparecen en el mapa. Para colmo no hay donde estacionarse a consultar (o corregir) dicho mapa, ni sirve de nada preguntarle a los transeúntes: ellos tampoco saben como se llama la calle. Sospecho que las calles mismas sufren de amnesia – debe ser por la insolación.


Y eso me recuerda otra faceta de la personalidad única de Cabo San Lucas: los nombres de las calles y los números de las casas. Lo que sigue es anecdótico (es decir, me lo contaron). En Cabo San Lucas las calles no tenían nombre ni las casas número (la mayoría de las casas siguen sin tener número). La dirección única y generalizada era “domicilio conocido” (bajo el principio, supongo, de que al menos la persona que vivía ahí lo conocía). Cada espacio, con o sin construir, corresponde a una manzana y un lote. Entonces, las direcciones eran algo así como “colonia Patitos (si es que tenía nombre), Mnz H, lote 4 (sin letrero que indique numero de manzana ni lote, pese a lo cual siempre llegan sin falla los recibos de la luz y el agua. Que eficientes son a veces los servicios públicos). Pero un día, llego Coppel a Los Cabos, esa tienda que te vende a precios exorbitantes en abonos chiquititos. Y resulta que para poder cobrarte el correspondiente abono es necesario saber en donde vives. Así pues, Coppel le puso nombre a las calles, y para que no se pierdan los cobradores, donó al municipio letreros en donde se lee “calle Marlin” en letras grandotas y “donado por Coppel” en letras chiquitas. Algunos letreros también incluyen el nombre de la colonia (cuando tiene nombre). Así muchas calles fueron bautizadas, gracias a Coppel.

Hay una calle que se llama “Faro Cabeza de Ballena”. Siempre que paso por ahí me imagino una ballena decapitada, la cabeza en el lugar donde estaba la barricada correspondiente (si, es esa colonia), hasta que la maquinaria del municipio llegó y la quito (curiosamente no la volvieron a poner). Según mi mapa esa calle se llama “Profesor Agúndez” o “Márquez”, o algo así. Ya había comentado que mi mapa es bastante chafita ¿verdad?
De cualquier forma ¿Faro Cabeza de Ballena?

1 comment:

Anonymous said...

¿Y el nombre se lo inventó la gente de Coppel?
Es sorprendente lo fácil que la gente (me incluyo en esa especie) es capaz de ver el desorden hasta comprenderlo y entenderlo como si fuera algo ordenado.
Hace poco en Mérida me pasó. Hay como tres calles 69, dos 67 y no llevan un orden particular. Cuando parece que va ascendiendo llegas a la treinta y tantos y depués aparece una noventa y tantos. Es un caos. Cuando preguntas por un lugar la gente sabe, pero no habla en función de los números en las calles sino en cuadras. Es un desorden verdadero. Creo que la regla general es que la mayoría de las ciudades son un desorden.

Saludos