Wednesday, August 17, 2011

Dimensión desconocida

La semana pasada me ofrecieron comprarme mi coche, tres veces. Estando yo parada en un alto cualquiera, el conductor del carro de al lado por la ventana me pregunta si no vendo mi coche.
???
La primera vez me sacó mucho de onda. La segunda fué raro, pues el individuo iba de hecho en el mismo tipo de auto, pero mas nuevo - ¿Para qué quiere el mío que hasta abollado está? La tercera ya no me sorprendió tanto. Aunque llevo ya dos años manejando este carro en La Paz, nunca me habían ofrecido comprarlo. ¿Por qué ahora sí, y tantas ofertas en tan poco tiempo?

Lo he estado pensando y creo que es por las placas. Mi coche todavía trae las placas de cuando era el coche de mi hermana, es decir, placas del DF. En otras palabras, es un carro nacional, no de frontera.
Cuando la policía arma sus retenes, check-points, puestos de revisión, o como se llamen, solo paran carros del estado. Me han tocado muchos de esos "retenes" citadinos (seguido ponen alguno sobre Forjadores ahí por la universidad) y nunca me paran. Una miradita a las placas y me hacen señal de que me siga.
Solo una vez me pararon, en el  malecón, y coincidió con que ibamos a la playa. Así que me orillo, me bajo del coche, en short y sandalias, el policía me pregunta ¿van a la playa? (mirando a mi hijo que curioseaba por la ventanilla, con sus googles en la cabeza) y yo dije que si; se asomó al frente del auto, vió la placa y hasta le cambió la cara. Dijo algo así como "Ah, muy bien, que disfruten sus vacaciones" y eso fué todo.

¿Qué por qué no he cambiado las placas? Pues porque no tengo dinero para hacerlo... No quiero ni pensar en la multota que seguro me van a cobrar, porque mis placas son del 2005 (y según mi hermana, se debe la tenencia, ya que en el DF no la cobran solo diez años - es permanente).

Monday, August 08, 2011

Ideas-conejo: Ulises, Escher, Galileo; el ciberpunk; los gringos, los japoneses, y muchos libros.

Cuando estoy aquí en el inglés me aburro. A veces estoy totalmente sola; otras hay alguna persona trabajando en sus ejercicios y si acaso llegan a hacerme alguna pregunta. De dos a cuatro esto está muerto. Yo me aburro una barbaridad y pienso en mi hijo que se queda solo mientras yo estoy aqui valiendo queso. A veces escribo. Antes traía papel y me ponía a hacer origami, pero ya hice todos los origamis modulares del libro de origami matemático; ya hice casi todos lo kusudamas, kusudamas de flores, cajas, estrellas y en resumen, aquellos que requieren muchas piezas iguales, que es lo que puedo hacer aqui, dado que mis libros de origami son virtuales y no puedo traerlos para intentar figuras de una sola pieza. 
Se me ocurren muchas cosas. Solo... fluyen. Alguna vez un amigo me preguntó: -¿Qué piensas? Y no supe como explicarle que las ideas vienen, se pasean tantito por mi mente y se van. Como conejitos en un prado, huyen en cuanto alguien pregunta. También se me ha ocurrido que es como filmar película al borde de un lago en un parque. La gente llega, pasa caminando y sale por el otro lado de la escena; o se sientan un rato en una banca, o tal vez en el pasto, o van de aquí para allá haciendo quién sabe que, y cuando han terminado se marchan. Yo no puedo poner mi mente en blanco. Si meditar es poner la mente en blanco, definitivamente nunca alcanzaré la iluminación. 
Por otro lado en alguna parte leí que meditar no era dejar de pensar, sino dejar fluir las ideas sin “agarrarlas”, sin entretenerse con una en particular, ni juzgarlas. Solo dejarlas llegar e irse, como los conejitos en el prado. Eso si puedo. Es como acostarse, mirando el techo (o la pared, o las nubes), y encontrar formas, figuras y caras que se cambian por otras con inclinar la cabeza o cerrar un ojo. Y de una figura te pasas a lo primero que te recuerda, pero igual te recuerda dos o tres cosas y todas pasan por tu cabeza mas o menos al mismo tiempo (talk about multitasking). Por ejemplo, ahora recuerdo que por ahi leí una crítica sobre “Ulises” de Joyce, sobre lo complejo que es el libro, etc. Por supesto tenía que leerlo para ver si deveras. Y lo leí – o lo empecé a leer, y llegué a la famosa parte de la esposa o novia o lo que fuera, y ahí me quedé, porque pensé: ¿Qué tiene esto de difícil? Solo enlista todo lo que al personaje le pasa por la cabeza ¿qué no piensa todo el mundo así? 

Aún me lo pregunto: ¿Qué no piensa todo el mundo así? ¿Será que yo soy tan rara como el personaje de Ulises – o su morra? He leído libros más complejos, digamos “Godel, Escher, Bach: an eternal golden braid” (definitivamente el más complejo que he leído, aun mas que la “Historia del tiempo” de Stephen Hawkings) del cual apenas entiendo los primeros capítulos y luego menos y menos a medida que los enunciados lógico-matemáticos se vuelven mas complicados (y para colmo, no he escuchado mucho a Bach ni se nada de música, solo aprendí a tocar Yellow Submarine en flauta dulce cuando estaba en secundaria), aunque soy ferviente admiradora de Escher. Por otro lado, escribir es lo menos “multitasking”: Tienes que quedarte con una sola idea al menos mientras la pones en papel; y muchas veces para cuando terminas las otras ya se fueron de paseo. Solo queda el recuerdo de que se te había ocurrido algo que mas o menos venía al caso y estaba interesante. Por ejemplo, ¿qué tal probar escritura fractal? Empiezas con una idea, y si se te ocurre otra entonces escribes a dos columnas, y cuando se te ocurre algo mas vas haciendo más columnas... Lo malo es que antes de llegar al final de la página tendría suficientes columnas como para necesitar un tamaño de letra nanométrico. Y no creo que pudiera terminar ninguna idea; aunque esto quizá no importe: en una versión de Trantor no escrita por Asimov* los bibliotecarios se ponen a generar en su archivo computarizado una maraña de referencias, que llevan de un texto a otro, y que mas o menos desquician al protagonista (termina en cama, aunque se le ocurren muchas ideas nuevas, o al menos, nuevas formas de ver lo mismo de siempre). Una aplicación mucho mas práctica de una idea parecida se encuentra en el libro “The Pinball Effect” de James Burke. Este libro me viene a la mente porque estuve sacando libros de la biblioteca del teatro de la ciudad para leer en estas tardes aburridas, pero no tienen muchos libros y la mayoría no son de los que me gustan - puro escritor latino (pero no Paco Ignacio Taibo II) y españoles del siglo 19 para atrás. El último que leí de la biblioteca fué “La isla del día de antes” de Umberto Eco. Me gustaron los de “El péndulo de Foucalt” y “El nombre de la rosa” pero este de la isla como que no me terminó de gustar: de repente es demasiado rollo, escrito al estilo antiguo, y el final es tan incierto como el de algunos animes en los que uno nunca sabe que pasó. Lo que si me gustó es que me ayudó a entender como pensaban hace varios siglos, en la época de Galileo, cuando decían que la Tierra no podía dar vueltas sobre sí misma porque entonces los pájaros que volasen en el sentido de dicha rotación en realidad terminarían “atrás” de donde empezaron, ya que la Tierra gira mas rápido de lo que vuelan los pájaros. Me pareció un argumento ilógico hasta que caí en cuenta que ellos consideraban que solo la Tierra gira, no la atmósfera (y con esa fricción ¿cómo no pensaron que el aire estallaría en llamas? ¿O no tenían aún esas ecuaciones? No se me dan bien las fechas...). En fin, que uno siempre lee sobre los avances de la ciencia, inventos y descubrimientos (por ejemplo en “The Pinball Effect”) pero nunca antes había realmente comprendido el punto de vista y la condición mental (¿cosmovisión?) de las personas que argumentaban en contra y a favor de los argumentos científicos de esas épocas. En clase te platican sobre el éter y el flogisto y uno piensa “que burradas” pero ahora puedo verlos como teorías válidas (por raros que suenen en este tiempo), verdaderos intentos de entender el mundo mas allá del porque diosito dijo y San Se Acabó (santo aun muy socorrido) considerando que esa gente tenía una estructura mental y social totalmente diferente de la nuestra. Lo que me regresa a lo mismo, ¿qué no todos piensan igual, con ideas conejo-brincando por doquier?

Pero lo mío, de unos meses para acá, es el ciberpunk. Leí SnowCrash (Neal Stephenson) y me gustó mucho. También The Sprawl Triology y The Bridge Triology, de William Gibson; y la que mas me gustó, la “cuatrología” (si ya sé, tetralogía) “Otherland” de Ted Williams. Esa última me recordó varias series de anime sobre un mundo virtual llamado “The World”: .hack//Roots, .hack//Sign, .hack//Gift .hack//Liminality, y .hack//Dusk, que por cierto nunca terminé de ver porque “cerraron” la página donde los veía en línea (hará ya unos tres años). He tenido la intención de volverlos a buscar, pero la verdad es que no paso mucho tiempo a solas con la compu; hay muchas series que me gustaría ver pero algunas son mas bien violentas y mi hijo no puede verlas – eso limita que series puedo ver cuando él está en casa (o sea el 99% del tiempo). Por otro lado, este compartir obligado ha ampliado mucho sus gustos y su “multiculturalidad” tan cacareada en los planes de estudio y que no se ve por ninguna parte en la práctica docente real. Para ver series de anime, de hecho sirve (y hasta hace falta) saber muchas cosas, de ciencia y tecnología, de cultura e historia y hasta de esoterismo (cualquiera de vampiros). 

Aunque ya me he desviado bastante del tema inicial. Es por el aburrimiento. Agradeceré cuando se acabe el curso de verano y no tenga que estar en la chamba desde las diez de la mañana, preocupandome porque mi hijo se queda solo y no he pasado tiempo con él a pesar de que son vacaciones. Y así, volvemos al inicio, el universo es una espiral, por eso me gustan los fractales. 
Hay uno que me quiero tatuar, una versión del fractal de Julia, pero no tengo dinero... Por cierto que en las novelas de ciberpunk los fractales salen mucho -y también la cultura japonesa. Nada soprendente dado que están en la punta de lanza del desarrollo tecnológico en hardware y software... Y he notado que cuando en una novela empiezan a hacer referencia a la cultura de Japón, me gusta más. Me gusta que, para variar, no esté el mundo centrado en los gringos; y también me gusta que entiendo casi todas las referencias, sean modernas o sobre más tradicionales, gracias a los mangas y animes que me he echado al coleto; y a que he estado aprendiendo japonés. 
Algo que me gusta de los animes es que cuando llega el fin del mundo, empieza y acaba en Japón. Sin gringos. Y con lo racistas y sangrones que también pueden ser los japoneses, al menos no tienen una doctrina Monroe que los haga creerse dueños y salvadores del mundo, y que les dé el derecho de usar México como patio trasero y basurero. Fué lo único que me gustó de la película esa de “El día después de mañana”: cuando los gringos quieren entrar a México y no los dejan. 
Se me acaba la hoja y en 45 minutos salgo. Agradezco el dinero extra – considerando que me pagan por hora (soy un obrero de la educación privada) – pero odio estar aqui sin hacer nada...

*Asimov es el autor de la triología de "La Fundación" , dentro de la cual Trantor es el planeta-ciudad capital del imperio galactico. No recuerdo ni el título ni el autor del otro cuento que leí, sito en el Trantor creado por Asimov.*

Wednesday, August 03, 2011

Bello pensamiento

La belleza está más en los ojos del observador que en el objeto observado; más en lo que el observador interpreta de la realidad, que en la realidad misma. 
Pero esto es solo parcial. Es decir, de un objeto dado, un cierto “por ciento” del total de la belleza está en el objeto y el resto en el observador (y como medir la belleza es otro rollo).
Por ejemplo, supongamos una rana. A una persona puede parecerle un bicho aborrecible, y a otro, una belleza de animal. Al primero le desagrada su piel viscosa y al segundo le maravilla su piel tan suave y brillante. La rana definitivamente tiene una piel, que es suya (o parte de ella) y solo por eso le toca un pequeño porcentaje de fealdad o de belleza, según se interprete. Porque son las características de esa piel lo que hace a la rana “fea” o “bella”. De lo que se deduce que la fealdad también está en los ojos del observador (y se podría discutir si la fealdad es el negativo de la belleza, o ausencia de, o lo contrario a...). 

En fin, que la belleza está en los ojos del observador; o mas correctamente, en su cerebro. Algunas cosas le parecen bellas a todo el mundo (o casi): desde que hay registros escritos ha habido quienes han comendado la belleza del amanecer, del atardecer, de la luna y de las estrellas. Otras cosas, en cambio, varían mucho. A los hombres siempre les han gustado las mujeres, pero lo que considera bello un guerrero de una tribu polinesia no tiene nada que ver con lo que consideraban bello los mayas; o los chinos (o el jurado de miss universo). 
El cuerpo de las mujeres se ha deformado de muchas maneras para satisfacer los estándares de belleza del lugar y la época: pies diminutos, cabezas planas, cuellos alargados, labios colgantes, etc. Y a la fecha. Podria decirse que una mujer puede ser bella de muchas formas, menos “al natural” - sin afeites, tinciones, liposucciones y liftings, pies vendados, anillos en el cuello y demás artilugios. Creo que esto se debe a que las mujeres siempre han sido propiedad, primero del padre (o la madre) y luego del marido; y con todos esos anillos, pinturas y vendas se pretende aumentar el valor de esa propiedad. Porque la belleza masculina, que yo sepa, no ha sido tan extrema, ni tan variable a través del tiempo y de una a otra cultura (si bien los mayas también amarraban tablas a la cabeza de los niños; que para eso no eran sexistas). 
Pero, volviendo a la belleza, está en parte en el objeto en sí, porque es lo que es, y en parte (la mayor parte) en el cerebro de quien observa el objeto y lo juzga, o no, bello. 
 Digamos que yo puedo decidir que soy bonita aunque esté gorda. Suena fácil; en realidad me está costando trabajo. Aun no me convenzo. Por demás, seguido me acuerdo de un conocido que una vez, viendo un poster de Marilyn Monroe, dijo:
-“Está gorda.”-
Si un sexy-symbol de hace solo cincuenta años es gorda para los estándares actuales, yo puedo tranquilamente consolarme de mi gordura con la certeza de que para Reubens yo habría sido toda una mamacita. Se habría dado gusto retratándome en hoja de parra, y hoy por hoy, miles de personas harían cola en el Louvre para vernos, a mi y a mis lonjitas. 

Y ese, es un pensamiento muy bello.