Sueños y alas rotas.

Hace poco soñé algo, de esos sueños cuyo recuerdo es menos que diáfano al despertar, pero que me dejó en prenda otro recuerdo, éste real, tiempo atrás olvidado entre las prisas y el rencor. Y ese recuerdo es solo el saber que de niña, en realidad, anhelaba tener mamá, la que nunca tuve y traté infructuosamente de sustituir con diferentes personas. Y esa carencia que sí dolia se fue perdiendo entre el odio y el rechazo que llegué a sentir por mi esa señora que se dice mi madre y que en vez de darme el consuelo y los apapachos que tanto deseaba, me cubrió de insultos y me “educó” a golpes. Nunca hubo en quien refugiarme cuando todo salía mal. Y a falta de abrazos en que guarecerme, me fui encerrando en mi misma, huraña y hostil, incapaz de confiar en los demás, viviendo a la defensiva, siempre esperando el golpe bajo y la herida artera, con la idea fija de que el resto del universo pensaba en mi solo para lastimarme y hacerme llorar. Con un odio y un rencor tan profundo, que cuando mi propio hijo aprendió a decirme “mama” sentía disgusto y repulsión, tal era mi rechazo y mi odio a todo lo “maternal”; que para mi no fueron sino maltratos y ponzoña.

Pero me acostumbré, sobreviví, y de repente un diá comprendí que ser mamá no es así, que no soy mala madre, que mi hijo me ama, y que no lo he dejado caer. Y digamoslo asi, tuve la esperanza de no estar tan mal.

Pero este sueño, este recuerdo, me han hecho saber que en realidad estoy deforme, mutilada, que lo que es fácil y natural para los demás es cuesta arriba para mi. No sé confiar en los demás, sigo esperando siempre la puñalada, la traición, y estoy pronta a levantar una infranquable barrera a la menor provocación. Y estoy triste, muy triste, porque ahora he perdido una amistad que para mi era valiosa, y no lo puedo cambiar, no puedo recuperar lo que sentía, la confianza frágil, ahora rota. Además de perder a un amigo, me he dado cuenta que no he mejorado, que sigo deforme, rota, que no tengo compostura.